miércoles, 26 de agosto de 2009

Una Luz en la Oscuridad

No tengo la fecha de cuando escribí este cuento, pero a modo informativo, tiene las hojas amarillas por el tiempo.
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Hace ya más de 200 años que soy este mosntruo chupasangre, - pensaba este vampiro de juvenil apariencia - hace más de 200 años que no veo la luz del sol, pero creo que ya no importa, pues ya no la recuerdo... -se paró de su silla y dijo - Es tiempo que salga a comer, ya ha salido la luna - tomó su chaqueta, se la puso y salió, sabía que esa noche sería especial.

Vestido con ropa negra, como era su costumbre, salió a la calle y se diriguió al centro de la cuidad, a una calle no muy concurrida. De un momento a otro apareció un automovil que dejó a alguien en la esquina y luego dobló perdiendose de vista. Había llegado su victima, o su cena, como en ocaciones los denominaba.

Era una mujer, una adolescente, se acercó a ella muy sutilmente, y como si no quisiera nada mas le pidió fuego para su cigarrillo, ella con recelo le dio una caja de fósforos y empezó a caminar muy rápidamente, pero él la detuvo devolviendole los cerillos. Ella lo vió directamente a sus ojos negros y grandes, mientras él le sonrió con sus labios gruesos entablando una conversación que en varias oportunidades ella trató de terminar, pero los años le habían brindado experiencia al hombre, por lo cual, en unos instantes después se hablaban como s se conocieran de hace años.

Casi sin darse cuenta, él perdió interés por morderla, caminaron juntos largo rato hasta la casa de ella había algo especial en la jovenque él no pudo identificar.

Al llegar a la casa de la joven, se dio cuenta que no le sabía el nombre, por lo cual rápidamente se lo pidió:

- Sabes, he estado conversando toda esta noche con una encantadora jovencita, pero aún no sé su nombre.

- No creo que te refieras a mi - inquirió la joven coquetamente.

- Pero por supuesto que si.

- Entonces, dejame decirte que sabes como decir las cosas... yo tampoco se el tuyo.

- Lawrence.

- Loaiza María - él palideció, pero esto casi no se notó por lo blanco de su piel.

- Si no fuera de noche ni tu tan blanco, Lawrence, juraría que te pusiste blanco al oir mi nombre. ¿Conoces a alguien más con mi nombre?

- Si, también es el nombre de la mujer más importante en mi vida...

- Por tu cara, me da la sensación de que ella está.... muerta?

- Lo está.

- La extrañas, ¿no es así? Pero piensa que mientras la recuerdes ella estará junto a ti, dentro de ti -Lawrence quedó perplejo mirándola.

- Hablas igual que ella.

- ¡Oh vamos! Nos acabos de conocer, no te deprimas Lory.

- ¿Lory?... - sus ojos brillaron como no lo habían hecho hacía muchísimo tiempo.

- Perdón, debi preguntar primero si te podía llamar así.

- Si, claro, es sólo que ella me llamaba así.

- Lo siento, no lo sabía, pero estás muy pálido, quién te viera creería que eres un vampiro o algo así - él se estremeció visiblemente y salió corriendo, ella corrió tras él, pero lo logro alcanzarlo.

Su destino fue una iglesia, titubeó en la entrada pero igualmente ingresó, cerró sus ojos al hacerlo, creía sentir el olor de su pecado, olor a sangre. Entreabrió los ojos y se dirigió al altar, arrodillandose frente a la cruz con el Cristo cricificado que ahí estaba, y llorando emprezó a hablar:

- La enviaste para que entendiera lo mal de mi camino, pero yo n elegí ser así, es cierto, ella me dio la otra alternativa la noche siguiente de convertirme en lo que soy, pero entiende, ¡Me dio miedo! la muerte no era una alternativa para mi en ese tiempo, pero creo que ahora so lo sería... ¡si tú puedes cambiarme! te pido por favor que lo hagas, que yo te serviré fielmente por siempre. ¡Oh Dios, sólo dime qie hacer que yo lo haré! - el silencio de la iglesiaera envolvente y penetrante, tan intimidante que Lawrence sintió miedo después de 200 años sin tener esa sensación. De un momento a otro, escalofríos, luego, escuchó una serie de voces que oraban y suplicaban, rezos que alguna vez escuchó, de entre ellas una voz masculina ue sobresalía de las demás, decía palabras sueltas , oraciones confusas que Lawrence en ese momento no supo entender, sintió una confusión en su mente, creyó que se volvería loco y también sintió dolor, como si algo saliera de él, cayo al suelo.

Las voces no se iban, y esa voz, la especial, le decía:
- ... luz... la sangre de maldad... no mas soledad, no habrá muerte... busca a tu madre, será tu guía... - de un momento a otro todo cesó, de nuevo ese silencio envolvente.

Lawrence se puse de pie con dificultad, aun estaba confundido, se dirigió hacia la puerta sujetándose de los asientos. Cuando llego a la puerta, se detuvo, afuera debería estar ya de día, y al abrir la puerta moriría, pero en ese momento lo entendió todo.

Luz, la podría ver, sangre de maldad sería la que bebería, no tendría mas soledad, jamás moría, y aquella muchacha... la reencarnación de su madre, lo acompañaría.

Entonces, tomó las manijas de la puerta y la abrió, debió cruzar los brazos frente a su rostro, pues el sol lo cegaba, pero luego de un momento sus ojos se acostumbraron a la luz del día que recién comenzaba, al pie de la escalera estaba Loaiza.

Bajó hacia ella susurrándole "madre", mientras ella le tomaba la cabeza y acariciaba su largo cabello negro y crespo, como una madre a su hijo diciendo "pobre pequeño".

Ambos pasaron juntos todo el día, y ella le mostró la ciudad de día, mientras hablaron de la nueva vida que juntos vivirían, pero ningu sabía lo que realmente les esperaba el destino.

jueves, 13 de agosto de 2009

Mizoguchi Karada

La Imagen dice "Mizoguchi Tai", porque este era el nombre original del personaje, pero luego lo terminé cambiando por Karada, que me resulto mas adecuado.

Dejo aquí la aclaración de algunos terminos que pueden resultar poco familiares:

Karada: En japonés cuerpo.
Sagasu: En japonés cazador.
Kokoro: En japonés corazón, en el sentido sentimental.
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Mizoguchi Karada

En su mente infantil las respuestas se le escapaban sin saber él porque, mas eso no importaba, tarde o temprano estas llegarían a llenar su sed de conocimientos con respecto a la vida y a la muerte.

Pero las respuestas, en lugar de parecer cada vez más cercanas, Karada sentía que estas se alejaban todos los días un poquito más, y entonces decidió salir todos los días a buscarla, pero ella era sólo una niña y no se podía alejar mucho de casa.

Mas un día la curiosidad la llamó y ella no se negó.

Una diminuta mariposa voló alrededor de ella como festejando su aun poco desarrollada belleza, mas, al tratar de atraparla, esta se escapó.

Karada corrió tras ella, el juego parecía inofensivo y su madre la dejó ir tras su pequeña nueva amiga.

Karada corrió y corrió tras el pequeño ser, este parecía invitarle a conocer nuevas cosas, la niña no se pudo resistir. Y el pequeño animalito voló cada vez un poquito más lejos. A medida que la mariposa se posaba en las distintas flores que en su camino encontraba, Karada muy rápidamente se agazapaba para esconderse.

De pronto ocurrió algo inesperado, mientras su pequeña amiga se hallaba posada sobre una hermosa flor, una hermosa ave voló por encima de esta y la devoró.

Karada sintió pena, pero no lloró.

Un suspiro brotó de su boca, mientras que el ave empezó a cantar, la niña sin dudarlo observó desde su escondite, sin moverse.

La avecilla emprendió vuelo y Karada corrió tras ella, no la podía dejar ir, ella se llevaba a su amigo, ella se llevaba a su respuesta.

El pajarillo siguió cazando, y Karada, lo siguió espiando.

Muy pronto la pequeña ave se posó en el pasto y empezó a escarbar. Karada vio claramente como un pequeño zorrillo la miraba, asechándola. Ella podía actuar, pero sabía que no debía hacerlo, pero, ¿por qué?

El zorrillo atacó a la indefensa ave, Karada no se movió, el pájaro intentó luchar por su vida, pero estaba herido, todo estaba perdido para este, pero Karada le observaba tratando de entender que le enseñaba la vida, aun era muy niña, tardaría un poco más en aprenderlo.

El ave murió, y Karada observó como el zorrillo la comió, el espectáculo no era agradable, pero la niña entendió que no tenía porque serlo.

Las cosas necesarias no tienen que darse el lujo de ser agradables, pensó. Tenía razón.

Y entonces el zorrillo arrancó, Karada lo siguió.

Ahora el zorrillo llevaba su respuesta, aquella que ella tanto anhelaba, lo siguió, pero este si se dio cuenta que era seguido y corrió, cada vez más rápido, mientras Karada estaba cada vez más cansada.

De pronto la lluvia vino, pero ni el zorrillo ni Karada se preocuparon por ella, ambos debían seguir, ninguno de ellos sabían que esta era un nuevo adversario que se metía en su carrera.

Karada no conseguiría nada si se detenía debía seguir, él tenía algo que ella creía suyo, y lo perseguiría hasta donde fuera necesario.

Su cuerpo estaba muy caliente y la lluvia muy fría, pero a ella no le importó, mientras su madre la buscaba desesperada por los alrededores de su casa, sin saber que la niña se alejaba cada vez un poco más.

Internada en un bosque que no conocía, Karada siguió corriendo, no se detendría pese a que sus piernas ya casi no tenían fuerzas para sostenerla en pie. El zorrillo también estaba cansado.

De pronto el zorrillo se detuvo jadeando para mirar hacia atrás, Karada al ver esta reacción también se detuvo cayendo de rodillas al piso, el zorrillo se alejó.

Con las pocas fuerzas que le quedaban a la niña, luego de la larga carrera, se puso de pie, y con un paso más que cansado trató de alcanzarle.

Por unos segundos se le perdió de vista, por lo que trató de correr más rápido, pero ya no le vio.

Unos ruidos en unos matorrales le alertaron del escondite del zorrillo, ella también se escondió.

Ambos sabían donde estaba el otro, pero estaban demasiado cansados y mojados para tratar de hacer algo, la lluvia se ponía cada vez más fría.

El zorrillo se recuperó antes que ella, y luego de observar que esta casi no hacía movimientos, decidió tratar de escapar nuevamente.

Karada le siguió hasta un pequeño claro en donde el zorrillo se detuvo en seco, la niña permaneció escondida.

El zorrillo se agazapó en un absurdo intento de esconderse entre las hierbas húmedas, pero no podía ver a emisor de aquel sutil ruido, Karada sabía que no era ella, pero tampoco veía a nadie más.

De un momento a otro un suspiro y todo acabó, un gran tigre saltó sobre el zorrillo y a este le se fue la vida.

Karada por un momento pensó en llorar, tenía miedo, pero algo no se lo permitía, quizás era el miedo, no lo supo, pero lo agradeció, pues, un sólo sonido podía ser fatal para ella también.

Y con el zorrillo en el hocico, el tigre marchó a un lugar más seco para comer, Karada, ya sin saber porque, lo siguió.

Más sigilosa que nunca Karada observó el festín.

El tigre en su seco escondite se recostó a dormir, de pronto unos sonidos estrepitosos le quitaron su silencio al bosque.

Un silbido de flechas, una gran revuelta, el tigre no sabía contra que peleaba, Karada si, pero no podía ayudarle, nuevos sonidos de flechas y la sangre de gran animal empezó a mezclarse con el agua regada en el piso por la lluvia, estos sonidos se repitieron hasta que el tigre cayó sin poder defenderse, los asesinos por fin dieron la cara.

Los hombres se acercaron al tigre y uno lo observó de más cerca, y haciendo una serie gestos, estos se fueron.

Entonces Karada salió por fin de su escondite y observó los ojos del tigre que la miraba fijamente, este parecía ya no tener miedo, le costaba respirar, Karada lo pudo notar, le acarició sin miedo el pelaje del rostro, las gotas de lluvia parecían lágrimas en los ojos del gran animal, Karada también quiso llorar.

¿Qué sentido tiene la vida?, ¿Qué sentido tiene la muerte?, Ahora Karada lo entendía, por fin tenía la respuesta que tanto buscaba.

La muerte no es más que la gran fuente de vida, aquellos que mueren, lo hacen para alimentar a otros, pero, algo no andaba bien, los sagasu mataron al tigre y lo dejaron ahí sin comerlo, Karada aun no lo entendía muy bien.

Pero, si ese era el sentido de la muerte, ¿cuál era él de la vida?

Entonces pensó.

Si la muerte engendra vida, ¿la vida engendra muerte?, La respuesta parecía ser sí. Karada lloró.

La lluvia se hacía torrencial, ya no había parte de su cuerpo que no estuviera mojada, pero ahora, también tenía mojada el alma.

El tigre trató de volver a su madriguera como si por instinto pensara que ahí estaría seguro, al menos, eso pensó Karada, pero la niña sabía que ya no era así.

Las flechas clavadas en su cuerpo le impidieron moverse por el dolor, Karada miró a la madriguera y entonces por fin entendió. Un suave sonido salía de ahí, algo así como un llanto, Karada miró a la tigresa y corrió hasta el nido, el gran animal estaba de espaldas, no la vería.

La niña no supo como fue que lo hizo, pero consiguió mover al gran tigre hasta que este pudo quedar mirando a puerta de su cueva, una vez ahí, Karada se entró en ella y, a pesar de estar mojada, cargó al pequeño bebé de tigre que ahí se encontraba, este aun no habría los ojos, pensó que así era mejor, así no vería morir a su madre, Karada no dejó de llorar en ningún momento.

La tigresa ahora si se veía tranquila, la vida de su cuerpo se esfumó.

Karada abrazó al pequeño felino tratando de cubrirlo con su cuerpo sin darse cuenta que con ello lo mojaba ni que el cuerpecito de este estaba más caliente que el suyo, pero al pequeño bebé no le importo, luego de los gritos de su madre, tener a alguien cubriéndole le hacía sentir seguro, sin pensarlo dos veces este durmió.

La niña siguió mirando desde la puerta de la madriguera, no pasaron muchos minutos desde la muerte de la tigresa hasta que aparecieron los buitres y demás seres de carroña.

Entonces, ¿La muerte del gran tigre no había sido en vano?, Parecía ser que no, pero, ¿Cuál era la finalidad del hombre en todo esto?, ¿Qué sentido había tenido para este aquel sacrificio?... ¿Ninguno?

¿Con qué fin habían matado a la madre de la pequeña criatura que cargaba en sus brazos?, ¿Qué beneficio traía esta muerte para ellos?, Una y otra vez la respuesta era la misma, ninguna, Karada sintió vergüenza de su raza.

Y mientras sus pensamientos volaban por los aires sus lágrimas aun bañaban su rostro, ahora si sabía porque, por lo incorrecto de aquel acto, por contradecir las leyes de la vida, por no matar para vivir.

Karada miró el lugar, ni siquiera pensó en volver, sabía que estaba perdida y que no lo conseguiría, en la guarida estaría segura, por lo menos por esa noche.

A la mañana siguiente, un hombre la encontró sollozando dormida, y entre sus brazos encontró a su cachorro, no pretendió quitárselo, pues, pese a que no le hacía daño, lo agarraba muy fuerte. Su cuerpo aun estaba muy húmedo, el hombre le tocó la frente y supo reconocer la fiebre que le aquejaba, trató de despertarla, pero le fue inútil, el estado de la niña era grave.

Al ver el cadáver deshecho de la madre del cachorro, y a la niña sin rastros de heridas, el hombre no supo entender lo que ahí sucedió, más, la niña tampoco se lo contó.

La madre estaba muerta, y el cachorro aun ni siquiera abría los ojos. Por lo que tomó a la niña y a su pequeño crío y los llevó hasta la ciudad más cercana, por suerte para Karada, esa ciudad era justamente en la que ella vivía.

Al llegar a la ciudad, quienes la reconocieron corrieron a avisarle a su madre lo ocurrido.

Estuvo varios días en cama, junto a su pequeña amiga Kokoro, la hija de la tigresa. Pese a que muchos trataron de convencerla de lo poco conveniente de la estadía de la tigresa en el lugar, ella se negó a dejarla, mas al crecer la tigresa, fue esta quien se negó a dejar a Karada. Pues, aunque no fue la mejor madre, siempre la pudo alimentar y cuidar.

Ahora que Karada tenía su respuesta, ya no tuvo miedo de crecer y hacerse fuerte, ni miedo de cruzar ríos y de trepar árboles, pues, algún día ella también moriría convirtiéndose en parte de todo aquello que la rodeada, la vida.

Siempre había sido extraña, pero ahora lo era más que nunca, extraña, diferente, única, Karada era única, pero no sólo eso, ella también era salvaje, libre, y sobretodo, bella, en pocas palabras, indomable.

Y ya siendo sólo una niña, ella era siempre así, lo que no le enseñaron lo averiguó, lo que no averiguó lo descubrió por si sola junto a su amiga Kokoro, y lo que no descubrió, jamás dejó de luchar por tratar de hacerlo, y ella aquel día sólo tenía 7 años, ese día ella descubrió muchas cosas, entre ellas, que ella era sabia pero que aun tenía mucho que aprender, pero también hubo muchas cosas que no consiguió siquiera ver, entre ellas, que pese a tener cuerpo de niña, ella se había hecho mujer, y, hasta incluso, madre.

Karada y Kokoro nunca se separaron, ni siquiera al tener sus críos Kokoro en la lejana cueva en la que ella misma había nacido y que conocía gracias a Karada, no eran sólo madre e hija, ni un tampoco sólo amigas, ellas, prácticamente, eran la misma.

Karada era el cuerpo, Kokoro era el alma.